lunes, 8 de agosto de 2016



Todos los monasterios cistercienses se organizan de manera muy similar, 
todos están dirigidos por un abad, que es el encargado de ordenar la vida
 de la comunidad, es elegido por los monjes y será el que represente a la 
comunidad en las reuniones generales de la orden (capitulo general). 
Está auxiliado por el prior que es nombrado por el abad, y es el primero
 (prior) de los monjes. El tesorero, es el encargado de llevar las cuentas
 de la abadía. El cillero, es el responsable del almacén de alimentos (cilla).
 El sacristán es el encargado de la realización de las actividades del culto
 y es el que llama a la oración. El hospedero, adjunto al cillero, es el 
encargado de acoger y atender a los huéspedes. Durante los rezos del día
 el chantre dirigirá el coro de los monjes y dirigirá las procesiones y en
 caso de no existir bibliotecario, se encargará de la custodia de los libros.
 El portero es el que guarda la entrada de la abadía. Completará la
 plantilla el enfermero encargado de la atención a los enfermos y de
 elaborar las fórmulas con las plantas medicinales.
Los monjes
La vida del monje del Cister se basa en el retiro y la pobreza para llegar
 a través de la oración, a la comunión con Dios. Las abadías cistercienses
 se ponen bajo la advocación de la Virgen, a la que profesan una 
devoción especial. La comunidad monástica vive en regimen de autarquía,
 fuera de las costumbres y modas de la época, rechazando los beneficios 
eclesiásticos, aunque con el paso del tiempo, los abades del cister llegaron a
 tener una gran influencia dentro de la iglesia, incluso llegando alguno 
de ellos al papado (Eugenio III). El propio Bernardo de Claraval tuvo una
 gran influencia en su época, llegando a ser llamado por el Papa para 
predicar la segunda cruzada. La entrada en el monasterio se produce como 
novicio, que es dirigido en el aprendizaje por algún monje anciano, 
conviviendo juntos dentro del monasterio los monjes y los novicios, 
excepto en las reuniones del capítulo cuando los monjes entrarán en la
 sala capitular y tomarán asiento en torno al abad, quedando los novicios
 en el exterior, asistiendo a la reunión a través de las ventanas, pero sin
 poder participar en el. Al termino del noviciado, pronuncia solemnemente
 delante del abad y la comunidad, los votos de estabilidad, obediencia y 
conversión de costumbres, tras lo que se convierte en monje profeso. 
Tendrá como único vestido una túnica de color crudo, que es la que 
dará a los cistercienses el sobrenombre de "monjes blancos". 
Estará sometido a la regla de San Benito y vivirá en silencio.
 La jornada estará marcada por la liturgia de las horas, y el resto 
del tiempo lo dedica a la lectura de textos sagrados y al trabajo 
manual. Una particularidad de los cistercienses es la reunión 
diaria del capítulo conventual, donde tras la lectura y comentario 
de algún capítulo de la regla, se produce la confesión pública de las
 culpas. El monje no puede vivir fuera de la clausura, no puede 
desplazarse a las granjas. En el monasterio no pueden entrar mujeres.
Las monjas
Si bien cuando se escribe el Novum Monasterium, no se hace mención
 de las mujeres, e incluso se descarta cualquier presencia femenina dado
 que en la regla de San Benito, no se mencionaba que mujeres hubieran
 accedido a sus monasterios, el problema de las monjas se plantea a partir
 de 1112, con la llegada de Bernardo junto con sus treinta compañeros,
 algunas de sus esposas y familiares, también desean entrar en la vida 
monástica, pero no existe ninguna estructura para acogerlas. Bernardo 
se encarga de interceder en la abadía de Molesme, y se crea un priorato 
de monjas en Jully, donde Molesme posee una iglesia y el Conde de Milon
 de Bar les dona un castillo. Allí se trasladan las religiosas de Molesme 
y allí toman el hábito. El primer reglamento del priorato, se lo da el 
sucesor de Roberto de Molesme, el Abad Guido de Châtel-Censoir.
 En un segundo reglamento escrito entre 1118 y 1132, se establece la 
clausura estricta y la abstinencia de carne. Una monja de Jully será
 la primera abadesa de Tart que formará la primera abadía cisterciense 
femenina, que dependerá orgánicamente del abad de Cister. 
La abadía de Tart pronto tendrá otras abadías hijas, y se reunirán
 anualmente en la casa madre bajo la presidencia de la abadesa 
de Tart y del abad de Cister. La primera actuación del capítulo 
general sobre una abadía de monjas, se produce en 1187, y tiene
 como objeto la de las Huelgas, a la que se autoriza a ser la 
casa madre que agrupe a todas las monjas del reino, cumpliendo 
la voluntad del rey Alfonso VIII de Castilla.

Las granjas
Los monasterios primitivos se fundan en zonas apartadas de los 
núcleos de población, en medio de campos, bosques o en el centro de
 valles, siempre cerca de un curso de agua. La orden del cister 
siempre da valor al trabajo manual de los monjes que inicialmente
 se dedican a cultivar las tierras que rodean el monasterio, con el
 tiempo, estas tierras van creciendo gracias a las donaciones, con lo 
que los terrenos de cultivo se alejan del monasterio. Para resolver
 este problema los monasterios cistercienses fundan granjas, donde 
trabajan legos, bajo la supervisión del cillerero de la abadía . 
Las granjas no pueden estar a mas de un día de camino de la
 abadía, y normalmente tiene a su cargo terrenos de unas docenas
 de hectáreas, donde se cultivan cereales, prados de pastos, bosques 
que proporcionan madera y en algunos monasterios, viñedos que 
permiten elaborar el vino que formará parte de las dieta de los 
monjes. Para ayudar a los conversos, mano de obra religiosa y
 gratuita, pero no siempre abundante, la orden prevé la 
contratación de mano de obra asalariada o mercenarii. 
La organización de las granjas permite a los cistercienses
 tener grandes conocimientos de agricultura, ganadería e hidráulica,
 lo que permite una organización capaz de aportar una gran 
contribución al desarrollo y revalorización de los terrenos en toda
 Europa y especialmente en la Península Ibérica, donde la falta de 
población y la adquisición de nuevas tierras durante la reconquista, 
harán de su capacidad un bien deseado por los reyes y nobles de
 los reinos ibéricos. Los cistercienses no se limitaban al trabajo
 agrícola, en algunas abadías se explotaban salinas, fabricaban
 cerámica y en aquellas donde vivían monjes de elevada formación 
cultural existían scriptorium, donde los monjes copiaban libros.
Los Conversos
Inicialmente los conversos o legos son laicos reclutados para ayudar 
a los monjes en las tareas mas pesadas, participan en los oficios de 
la mañana y de la tarde. Posteriormente se publican reglamentos 
relativos a ellos y su actividad. Finalmente los conversos son religiosos,
 tras un noviciado en el que son formados en la regla benedictina,
 renuncian a los bienes materiales y se someten a la autoridad del Abad.
 Los conversos llevan barba, visten hábito marron y viven en las granjas 
o en los monasterios en zonas reservadas a ellos. En la iglesia entran 
por una puerta distinta a los monjes y se sitúan en una zona separada 
de los profesos por una galería. Los conversos no pueden hacerse monjes.
 No se puede entender, desde la estructura de la sociedad actual,
 esta división entre profesos y legos, pero en la edad media, lo
s monjes eran en general hijos de familias nobles o adineradas, 
que entraban desde jóvenes a profesar en la religión. Por tanto los
 legos eran gente del pueblo llano, sin recursos, y que a cambio de 
manutención y cobijo, se sometían a la disciplina de la orden y
 trabajaban para ellos.
Fundación de nuevas abadías
Se pueden producir de dos maneras, por la creación "ex novo", 
es decir donde no existía previamente ninguna estructura, en 
este caso se suele producir por la donación de tierras y bienes por
 parte de reyes y nobles, que lo hacen a los monjes de un monasterio
 ya consolidado, solicitando la formación de uno nuevo, del monasterio
, saldrán generalmente doce monjes, que ocuparán los terrenos y iniciarán
 la construcción de los edificios necesarios para la supervivencia de la comunidad.
 Algunas de estas fundaciones, se hacían donde ya existían previamente
 comunidades de anacoretas, o en terrenos donde se han producido
 fenómenos religiosos, como aparición de imágenes, o visiones de luces.
 La otra forma de fundación es la de adhesión, por la que una comunidad
 ya formada, solicita la inclusión en la orden de Cister. 
En este caso, la orden cisterciense envía un emisario para comprobar
 la disposición de la comunidad y si la zona es adecuada para la 
supervivencia de la comunidad futura, una vez dado el visto bueno 
puede que algunos monjes de otro monasterio pasen a formar parte 
del nuevo. La abadía de donde saldrán los monjes será la abadía madre
 de la nueva y su abad tendrá que ir una vez al año a supervisar la situación
 de la nueva. Como ya se ha dicho las cuatro casas madre fundadoras 
de todas las demás fueron Citeaux, La Ferté, Pontigni, Morimond y Claraval
, todas las demás abadías son hijas o filiales de estas en primer, segundo
 o tercer grado. Así por ejemplo, Poblet es una filiación de Fontfroide,
 que a su vez es filial de Grandselve y a su vez filial de Claraval.

jueves, 4 de agosto de 2016

Nuestras Constituciones definen a la Orden como "un Instituto Monástico de vida íntegramente dedicada a la contemplación. En soledad y silencio, en oración constante y gozosa penitencia, ofrecen los  monjes a la Divina Majestad un servicio humilde y digno a la vez, observando la Vida Monástica según se determina en las Constituciones" (Cfr. CIC, canon 674).  Consagrados por nuestra Profesión a la búsqueda de Dios en la oración, en la soledad del monasterio y en el seno de una comunidad fraterna, nuestro día transcurre repartido entre la celebración cantada de la Liturgia de las Horas (a la cual "nada se debe anteponer en el monasterio", según prescribe S. Benito en su Regla), y entre el trabajo, sobre todo manual, y la Lectio Divina.
La jornada en Santa María del Paraíso comienza cuando a las 4 AM la campana invita al monje a dejar el descanso nocturno para comenzar, todavía en la madrugada, el rezo de la primera hora litúrgica del día, las Vigilias, la alabanza nocturna a Dios mientras la naturaleza y los hombres duermen; el monje es así un vigía que, orando hasta que El vuelva, en el corazón de la Iglesia encarna y materializa en el ritmo del devenir cósmico, el deseo de la Iglesia-Esposa por la venida de su Señor.
Tras esta celebración hay un tiempo dedicado a la oración solitaria o a la lectura privada de la Palabra de Dios. Así hasta el amanecer, cuando  el despertar de la luz nos invita a ser, nuevamente, presencia orante en el seno de una naturaleza y de una humanidad que comienzan a vivir; es la celebración de la Alabanza de la mañana: los Laúdes. Ya entrado el día, la celebración de la Eucaristía Conventual, seguida del Oficio de Tercia, nos convoca de nuevo en la capilla. Seguidamente los hermanos acuden a realizar los distintos trabajos que la obediencia les ha confiado. Y otra hora litúrgica pone fin a las labores de la mañana:Sexta, que tiene lugar hacia el mediodía. Tras el almuerzo y un tiempo de descanso, el rezo deNona marca el inicio de los trabajos de la tarde. Finalizado éste un tiempo nuevamente dedicado a la Lectio Divina precede a otro oficio litúrgico importante cuando la tarde comienza a declinar: entonces el canto de Vísperas, la Liturgia Vespertina de la Iglesia, augura el próximo fin del día y con él de otra jornada monástica más, transcurrida en la Presencia del Dios bueno y fiel, merecedor de todos los instantes y de todos los afanes del ser humano. El Oficio de Completas, al inicio de la noche, pone todo el día ya transcurrido bajo la mirada misericordiosa de Dios y nos invita al descanso nocturno, al par que hace acabar nuestra jornada con las melodías de la Salve gregoriana cisterciense, bella forma de poner a todos los hombres bajo la protección de la Virgen durante la noche que comienza. Esta es la jornada habitual de un monje, éste es el tenor de vida que materializa una existencia de específica consagración a Dios en el camino monástico cisterciense.
Todo esto el monje lo vive en soledad, mas no en solitario. Nota fundamental del monacato cisterciense es su carácter cenobítico, por el que el monje vive siempre en comunión de vida y de bienes con los hermanos que Dios ha llamado a su misma Comunidad, siendo esto  sellado y sancionado por un voto público el día de su Profesión: es el Voto de Estabilidad por el que el hermano se compromete a vivir y morir en esa misma Comunidad a la que Dios le llamó un día, y con aquellos hermanos que Dios mismo le presenta para siempre como don y ayuda en su caminar. El monasterio se convierte así en una schola caritatis, una "escuela del amor" (como gustaban llamarlo los primeros cistercienses), en el que los valores humanos se fomentan e incrementan a la sombra de una vida de intensa relación con Dios. La paz y la alegría que irradian las comunidades cistercienses es la prueba incontestable de que ambos polos, vividos en fidelidad, no sólo no se excluyen sino que se necesitan y complementan para ayudar a la persona a alcanzar su plena madurez humana y espiritual.
Al decir de nuestras Constituciones: "La vida monástica fielmente vivida está íntimamente unida por el celo por la extensión del Reino de Dios. Los monjes llevan en el corazón esta solicitud apostólica. La vida contemplativa es una forma propia de participar en la misión de Cristo y de la Iglesia y de insertarse en la Iglesia local. En consecuencia, por mucho que urja la necesidad del apostolado activo, no pueden ser llamados los monjes a colaborar en los distintos ministerios pastorales, ni a prestar sus servicios en actividades externas". Es esta misteriosa fecundidad apostólica, que dimana paradójicamente del ocultamiento ante los hombres y la simplicidad que se queda sólo con Dios, la que nuestra vida aporta como servicio a esta Iglesia del Ecuador que nos ha llamado y que con tanto cariño nos ha acogido.
Tal y como contempla la Regla de S. Benito, el Monasterio tiene también una hospedería por la que la Comunidad monástica comparte los frutos de su oración y su trabajo con aquellas personas que los necesiten Según nuestras Constituciones: "Por providencia de Dios, los monasterios son lugares santos, no sólo para quienes participan de la misma fe, sino para todos los hombres de buena voluntad" Por ello. "Los hermanos recibirán con bondad y reverencia a todos aquellos que la Divina Providencia guíe al Monasterio, sin que este servicio perturbe la quietud monástica".
TESTIMONIO 
LA EXPERIENCIA DE UNA HUÉSPED EN 
EL MONASTERIO CISTERCIENCE SANTA MARIA DEL PARAÍSO
Llegar al Monasterio Santa María del Paraíso a las 7 de noche, causa asombro. Sus horarios no son los nuestros; a esa hora los monjes celebran la última hora litúrgica del día cantando cálidamente: "Señor guárdanos como a la niña de tus ojos y ampáranos bajo la sombra de tus alas, para que velemos con Cristo y descansemos en paz...
A la entrada del monasterio se lee: "Esta es casa de oración, mansión de paz…"; ¡lugar de silencio y paz! y se siente nuevamente el asombro que es el contraste con la vida violenta, bulliciosa y saturante de la ciudad. El silencio no tiene sabor a soledad ni a vacío; ese profundo silencio se convierte en paz interior, la cual aparece en los ojos y no es transferible al otro. ¿No será acaso "topar" un poco a Dios?
Ir a la Trapa es una experiencia existencial en pos de la búsqueda de trascendencia que tenemos todos los seres humanos. Permite sumergirnos en las profundidades de nuestro yo, en donde no hay cabida para los maquillajes, las justificaciones, ni las mentiras con uno mismo. La verdad y la libertad se convierten en los desafíos a ser conquistados e incorporados en la vida de cada día, sobre todo en las pequeñas cosas.
El silencio y la soledad del Monasterio, donde viven los monjes a manera de "Guardianes del Mundo", incita a hacernos preguntas sobre la mundaneidad, el sentido de la dignidad humana, del valor de la vida tan maltratada y menospreciada en las relaciones personales, comunitarias, institucionales; en las esferas de la política y del poder...
La soledad vivida con estos descubrimientos no es soledad, es la condición necesaria para cerrar los círculos dolorosos del pasado y abrir otros nuevos que limpian lentamente los ojos para poder ver a Dios.
Monasterio de Santa María del Paraíso
Casilla 259
LATACUNGA (Cotopaxi)
ECUADOR
Tel/Fax: 593-32-726483
                       

MONASTERIO CISTERCIENSE  FUNDADO EN 1997 POR EL MONASTERIO DE SAN ISIDRO DE DUEÑAS ( PALENCIA ),EN ECUADOR EN UN LUGAR DE ORACIÓN,TRABAJO Y SILENCIO.
                        
Historia de la orden Cisterciense
El movimiento monástico Cisterciense nace en Francia a comienzos del siglo XI (1098),
 cuando un grupo de monjes del monasterio Cluniacense de Molesmes, abandona
 su comunidad para formar una nueva, en la localidad de Citeaux (Cister), al frente
 de ellos el abad Roberto, pretende restaurar la estricta Regla de San Benito de Nursia
, que en el año 545 había fundado la orden de los Benedictinos. La nueva orden se basa
 en los principios de abandonar todo signo externo de riqueza y en el propio trabajo para 
conseguir su subsistencia, será el famoso "ora et labora"que distinguirá a los monjes del Cister. 
El abad Roberto es obligado por el Papa a regresar a su comunidad, y será su sucesor,
 Alberico, el que consiga el reconocimiento de la orden por el Papa Pascual II. 
Por último el tercer abad Esteban Harding, promulga laCarta de Caridad que 
recoge las normas por las que se regirán todas las comunidades de la orden y funda
 las comunidades de La Ferté, Pontigny, Morimond y Claraval que serán las
 casas madre del resto de los cenobios cistercienses posteriores. En 1113 comienza
 la expansión de la orden en Francia. Será Bernardo de Claraval el sucesor 
de Esteban el que favorezca la expansión de la orden primero en Francia y
posteriormente al resto de Europa.
A la muerte de Bernardo en 1153, prosigue la expansión de la orden aunque
 con menos intensidad, pasando de trescientas cincuenta abadías a alrededor
 de seiscientas cincuenta en 1250. La orden refuerza su presencia fuera de 
Francia, en países, como Inglaterra, Alemania, Italia y la península Ibérica, 
Grecia y Oriente Medio. El vigor inicial de Claraval es sustituido por 
Morimond y Citeaux esperará hasta la segunda mitad del siglo XIII para
 crear nuevas abadías como Royaumont o L'Épau. A partir de 1200, se 
añade la proliferación de casas femeninas, con la creación de numerosas
 filiales de Tart y Las Huelgas, llegando a contar con mas de cuatrocientas
 abadías a finales del siglo XIII.
En estos cien años se producen factores que supondrán una 
desestabilización de la orden, unos internos como el crecimiento
 en número de abadías y su dispersión territorial, además de la 
incorporación de cenobios que ya tienen su funcionamiento propio,
 y otros externos como diversos acontecimientos que afectan a la 
iglesia en general, la elección de dos Papas en 1159, Alejandro III y 
Víctor IV apoyado por Federico I Barbarroja, que producirá la división 
de los abades de Cister, cuyas abadías anglosajonas, incluida la propia 
Citeaux apoyarán al segundo, hasta que los abades de Claraval y Pontigny
 le obligan a dimitir en 1161. La duración de los mandatos de los abades, 
se acorta, bien por la elección de hermanos muy ancianos, o bien porque 
son llamados a desempeñar otras labores dentro de la iglesia. Además
 los cistercienses que inicialmente se habían mantenido al margen de
 la iglesia regular, se integran en ella, multiplicándose el nombramiento
 de obispos y cardenales, así como legados papales para diferentes misiones
, como ocurre para luchar contra la herejía cátara. Todo esto, junto 
con la riqueza creciente de las abadías, hace que empiece a perderse
 el rigor de los monasterios. Los abades mas importantes y el Capítulo 
General de 1151 pide a Eugenio III una nueva aprobación de la regla,
y en 1152, la bula Sacro Santa, ratifica la Carta Posterior, que es una
 Carta de Caridad actualizada, con una recopilación de los estatutos
 de la orden. En 1169 Alejandro III, concede el privilegio de exención.
 A este respecto es interesante la información recogida sobre esta cuestión
 y que puede ser leida en la siguiente dirección (ir).
En 1262, la discrepancia entre la abadía de CIteaux y la otras cuatro
 principales, es de tal intensidad, que los abades de estas últimas 
no participan en la elección de Jaime II como abad de Cister, 
produciéndose la intervención del Papa Clemente IV para 
restablecer el orden, confiando la elección del abad de Citeaux 
solo a los miembros de la abadía. Todo esta hace que la jerarquía
 eclesiástica tenga cada vez mas poder e influencia sobre la orden.
EL concilio de Vienne de 1311 y 1312, cuestiona la capacidad de 
los abades de ser nombrados por la misma comunidad y Juan
 XXII comienza a nombrarlos abades, anulando la capacidad 
de la comunidad de monjes para su elección. Esta capacidad 
será restablecida por Benedicto XII, que había sido monje y abad
 de Fontfroide, que intenta recuperar la disciplina mediante la bula
 Fulgens sicut stella de 1335.
Clemente VI (1342-1352) desarrolla el sistema de encomienda, por el
 que el Papa nombra como abades ya no a monjes sino a miembros
 del clero secular , que estarán mas interesados por sus propios intereses
 que por el de sus abadías.
Los siguientes años, con occidente azotado por una epidemia de peste
 1335 a 1340 y por una grave crisis económica, acompañada de la
 guerra de los Cien años, permiten la desolación de las abadía e 
incluso en 1360, la soldadesca desmovilizada tras la paz de Calais, 
arrasan la abadía de Citeaux y obliga a los monjes a refugiarse en Dijon.
El Gran Cisma de 1378 divide a la cristiandad y también a las abadías
 unos de ellas apoyaran a Clemente VII y otras a Urbano VI hasta que
 el concilio de Constanza en 1414 reunifica el papado bajo Martín V
El Capítulo General de 1433, reorganiza la orden según un esquema 
geográfico en lugar del sistema de filiaciones, el de 1439 promulga 
estatutos nuevos , la Rúbricas de los definidores, que intentan imponer
 un mínimo de disciplina.
Comienzan a producirse movimientos de reforma locales o regionales
, como el de 1427, cuando Martín de Vargas, en España, quiere introduci
r mas rigor en los monasterios castellanos, produciendo una excisión no
 reconocida por el capítulo general de Cister, constituyendo la 
"Observancia Regular de San Bernardo" que tendrá mas de 50
 monasterios asociados. Se formará en Italia la "Congregación Italiana 
de San Bernardo" apoyada por el Papa Alejandro VI.
En 1494, Juan de Cirey, abad de Citeaux, reune a los principales 
abades de la orden, aprobando los dieciséis "Artículos de París", un 
programa mínimo de disciplina monacal.
A partir de 1521 la aparición de la reforma protestante, supone un 
nuevo ataque a la orden, en los Países Bajos y Alemania, los monjes 
seguidores de Lutero, abandonan los monasterios, condenándolos a 
su cierre. Enrique VIII de Inglaterra, se proclama jefe de la Iglesia
 Anglicana, suprimiendo todas las órdenes religiosas y confiscando
 sus bienes.
Las Guerras de Religión, producen la invasión de Citeaux por los
 hugonotes en 1574 y por la liga en 1598, desaparecen mas de 200 
abadías, quedando las restantes en situación desesperada desde
 el punto de vista económico y de efectivos.
El concilio de Trento dicta un decreto en 1563, para restaurar la
 disciplina en los monasterios. la orden de Cister aunque 
conserva las filiaciones, cada vez se organiza mas en congregaciones
 nacionales. Se seguirá de una etapa en la que los nuevos abades
 de Citeaux serán reformadores convencidos, promulgandose las
 "Ordenanzas de 1570" y el Capítulo General de 1584 recuerda lo que
 es la disciplina en sus Definiciones.
En 1601 el Gran Capítulo, que reune a miles de abades y religiosos,
prepara un gran proyecto de restauración, que no llega a ponerse en 
marcha. en 1606, el abad de Claraval Denis Largentier, y algunos 
abades de sus abadías filiales, sientan las bases de los que será en 1618,
 el nacimiento de la "Estrecha Observancia", a la que se adhieren otras
 abadías, pero no llegan a separarse del resto de la orden, por la oposición
 del Capítulo General. Claudio Largentier, sustituye a su tío al frente de 
Claraval, optando por una postura mas conservadora, llamada la 
"Común Observancia", conviviendo ambas reglas hasta que el cardenal 
Richelieu las unifica, al nombrar vicario general a Carlos Boucherat, 
partidario de la estrecha observancia. La división renace al morir 
Richelieu, hasta que en 1666, Alejandro VII mediante la 
Bula In Suprema, legítima la existencia de ambas observancias, 
bajo la autoridad de Cister. En 1675 nace el movimiento de la Trapa,
 con el abad Rancé a la cabeza, dentro de la estricta observancia,
 contagiando a otras abadías.
En 1766, Luis XV reune en Francia a la Comisión de Regulares, 
que controlaba a mas de doscientas abadías, pertenecientes a 

ambas observancias, emiten un informe muy crítico sobre la situación
 de los monasterios, excepto para los pertenecientes a la corriente
 trapense, incluso treinta y seis de los obispos asistentes, se pronuncian
 a favor de la disolución de la orden. No se tomará ninguna resolución,
 pero será la revolución francesa la encargada de terminar con la
 existencia de la orden en Francia.

Desde los primeros años del cristianismo siempre hubo discípulos de Jesucristo que, apartados de pueblos y ciudades, se reunían en grupos para escuchar mejor la Palabra de Dios y vivirla más plenamente. En el siglo VI San Benito redactó una norma de vida para tales comunidades, su famosa Regla, que, debido a su mesura y discreción, con el tiempo llegó a aglutinar en el Occidente cristiano a todas las demás reglas monásticas existentes. Su actualidad tras sus largos XV siglos de existencia se debe no tanto a lo que ella aporta en sentido de originalidad, cosa que no pretende, sino por el contrario a ser un texto portador del Evangelio, una interpretación sabia y práctica, para un grupo específico de cristianos que son lo monjes. Ella continúa siendo hoy la base del monacato cristiano occidental y el pilar fundamental del monacato benedictino. Por su parte, la vida cisterciense de nuestros tiempos es fruto, a su vez, del movimiento reformador del monacato benedictino que tuvo su apogeo en el siglo XII y cuyo fruto más cumplido fué la fundación de la Abadía de Císter, en la Borgoña francesa, el 21 de Marzo de 1098.
Un joven monje preguntó a otro más anciano que "qué era un monje". Éste le respondió: "Monje es aquel que cada mañana se pregunta: ’y ¿qué es un monje?’" (i).
Esta respuesta deja entrever un aspecto del monacato que no nos debe extrañar y hemos de aceptar con paz: el monacato, en su entraña, no deja de ser un misterio. Pablo VI encontraba, muy acertadamente, la razón de este misterio en que la vida monástica se acerca tanto a la transcendencia de Dios que participa de su mismo misterio .
Sin embargo este misterio no es total: la vida monástica es también susceptible de reflexión y de una cierta explicación. La existencia de dicho "misterio" hace más comprensible pero no explica, el hecho de que, no obstante a ser una presencia perenne en la Iglesia, la figura del monje no deja de estar rodeada de un cierto desconocimiento. Y es que a éste contribuyen otras causas: llamados por Dios a una vida de servicio oculto(ii) que, en categorías existenciales, se expresa más como ser que como hacer, los monjes permanecemos como una porción del Pueblo de Dios que no llama especialmente la atención, sobre todo en una sociedad que basa su estrategia en distraer continuamente al hombre de su interior, de hacerlo superficial para consigo y acrítico para con ella misma, que trata, en definitiva, de alienarlo. El monacato, por el contrario, representa ya desde sus orígenes una reacción cristiana firme, aunque pacífica, hacia este estado de cosas que Jesús mismo llama "mundo" cuando advertía a sus discípulos que, por más que permanezcan en él sin embargo no le pertenecen(iii). Es de este mundo como "estructura de pecado" que se opone firmemente a Dios del que el monje, por usar una expresión tradicional, aunque no plenalmente exacta, huye; y huye no porque le tema sino porque lo desenmascara y lo conoce en toda su verdad o, por mejor decir, en toda su "falsedad". El monje denuncia y rechaza, pues, al mundo en lo que tiene de enemigo de Dios (con tal realidad no puede haber ningún tipo de pacto), mas no abandona jamás a los hombres; muy al contrario, tratando de servirlos desde una vocación y misión especiales, él sabe que mediante su ministerio de adoración y alabanza, con él penetran en las entrañas de Cristo todos sus hermanos; recogido en las fuentes divinas en las que tienen origen las fuerzas que impulsan al mundo hacia adelante(iv), trata de ganarlo para Dios ayudándolo en su misma entraña, aquella que, sensible todavía a la acción de Dios, es y permanece esencialmente buena, mereciéndo que Jesús mismo la hiciera objeto privilegiado del amor del Padre. "Tanto amó Dios al mundo..."(v).
Es esta una breve aproximación teológica al hábitat espiritual e incluso "físico" del monje, nota esencial de nuestra vocación. Pero hay que añadir aquí que esta experiencia espiritual no es ni debe ser patrimonio único del monje. Todo cristiano está llamado, en virtud de su misma consagración bautismal, a vivir en mayor o menor medida este adentrarse en el el propio desierto espiritual, pues "en efecto, el alma recibe frecuentemente la inspiración más alta en el desierto. Es allí donde Dios plasmó a su pueblo, es allí donde lo reunió despues de su falta para ’seducirlo y hablarle al corazón’  (Os 2,16). Es allí también donde nuestro Señor Jesucristo, despues de derrotar al diablo, desplegó toda su potencia y se preparó para su vistoria de Pascua. Y el pueblo de Dios, ¿no debe acaso renacer y renovarse en cada generación a partir de una experiencia análoga?. El contemplativo, que se ha retirado por vocación al desierto espiritual, tiene la impresión de haberse establecido en las fuentes mismas de la Iglesia; su experiencia no le resulta esotérica, sino, al contrario, típica de toda experiencia cristiana"(vi).
MONACATO Y VIDA RELIGIOSA.
Configurados con Cristo de una forma especial por su consagración, todos los religiosos reciben de Jesús mismo una misión en orden a hacerle presente hoy a Él de algún modo. Así la vida religiosa en su totalidad tiene la misión de mostrar la mundo a lo largo de los siglos que Jesús, ya glorioso y sentado a la derecha del Padre, sigue vivo ayudando a los hombres y orando por ellos, tal y como hizo durante su existencia terrena. Jesús sigue vivo en medio de su Iglesia, pero su presencia ya no es física y tangible entre nosotros; sin embargo es tan real como entonces y, además, universal en el más amplio sentido de la palabra. El Espíritu sigue suscitando, a través del tiempo, hombres y mujeres que reproduzcan más visiblemente que los demás  cristianos y mediante una vocación y misión especiales, los distintos aspectos de lo que Jesús hizo mientras vivió físicamente entre nosotros. Así, unos son llamados a reproducir e imitar su celo apostólico por la extensión del Reino, otros nos muestran a Jesús haciendo el bien mediante las más variadas obras de misricordia; otros también hoy somos llamados a reproducir en la Iglesia y para el mundo aquella faceta del rostro de Cristo que lo muestra orando al Padre, sosteniéndo una relación personal y personalizante con Él, y hablándole amorosamente de este mundo que había venido a salvar. Es este dato de la relación que Jesús mantuvo siempre con su Padre, subrayado incontestablemente por los Evangelios, el que la Iglesia ha encomendado simpre a los monjes de una forma particular, para que así ella pueda seguir mostrando siempre al mundo su carácter genuínamente transcendente y divino. Ella, la Esposa, no puede dejar de reflejar en su vida y misión aquél carácter primordial del Esposo por el que Él es,ante todo, "el Religioso del Padre", es decir, su más perfecto adorador (nunca mejor dicho) en espíritu y verdad.
Cuando Jesús nos manifestó una unión definitivaentre Él y todo hombre, (muy especialmente con todo hombre que sufre: "Cuanto hicísteis a uno de estos mis humildes hermanos...") no estableció sin embargo entre ambos una identificación absoluta, cosa que, por otro lado, tanto teológica como antropológicamente es insostenible. Por ello la Presencia del Dios transcendente sigue siendo en la Iglesia el dato fundamental y fundante, y es estaPresencia Primordial  la que Ella siempre debe expresar clara y visiblemente si quiere ser fiel a su propia esencia y si quiere seguir manifestando al mundo su más insobornable verdad. La vida monástica presta, insertada de lleno en el Corazón de la Iglesia, un servicio insustituible a la misma cuando hace vida propia la proclamación de este Misterio. Si el mártir tiene el privilegio de proclamar con su muerte la total primacía de Dios sobre todo lo creado, el monje tiene la humilde obligación de proclamarlo con su vida: "La Iglesia os estima, la Iglesia os guarda, a vosotros que habéis tomado en medio de la humanidad la obligación de decir con toda vuestra vida que Dios existe y que debe ser hecho objeto de toda la atención del hombre: vuestra vida dice propiamente eso. Vuestra vocación es por lo mismo tan hermosa en el concierto de alabanza que la Iglesia eleva a Dios y a Jesucristo, su Señor y Salvador, que si antes de ahora vuestra vida no existiera, Ella debería crearla, debería inventarla, debería andar a la búsqueda de alguno de sus hijos para decirle: ¿hay alguno que quiera...? En estos momentos la Iglesia por nuestra voz os habla y reconoce el importantísimo deber que en ella desempeñáis. La Iglesia y yo mismo os lo agradecemos. Perseverad, continuad de un modo consciente en vuestra misión. Sed lo que sóis"(vii).
La Iglesia no es el fruto cumplido de un simple humanismo, por más depurado y elevado que se quiera. Por eso, si bien es verdad que "por la predicación del Evangelio de salvación es llamado el cristiano a seguir a Cristo y debe contribuir a la edificación de la ciudad terrestre (...), con esta misión, sin embargo, no se expresa todo el misterio de la Iglesia, ya que puesta al servicio de Dios y de los hombres(viii), es al mismo tiempo, y principalmente, reunión de todos los redimidos que, por el Bautismo y los demás sacramentos, han pasado ya de este mundo al Padre(ix). Está, pues, ’entregada a la acción y dada a la contemplación’, en el sentido de que lo humano está ordenado y subordinado a lo divino, lo visible a lo invisible, la acción a la contemplación(x). Por lo tanto es bueno y conveniente que algunos fieles expresen esta nota contemplativa de la Iglesia con una vida de verdadero retiro en la soledad, adornados con este carisma del Espíritu(xi), para ’vacar sólo a Dios en asidua oración y gozosa penitencia’ (Perfectae Caritatis, 7)"(xii).
El monje, pues, con su sola exitencia  manifiesta la mundo de una forma particularmente expresiva, esta nota (repetimos) esencial de la Iglesia, sin la cual la imagen que Ella ofrecería de sí misma sería no solamente pobre, sino del todo falsa. Es por ello que el Magisterio siempre ha demostrado un profundo respeto y veneración por este estilo peculiar de consagración a Dios que el Espíritu hizo surgir, no casualmente, como primera forma de vida religiosa en la Iglesia y que a lo largo de los siglos hasta hoy, se ha mantenido como una presencia perenne e insustituible en su seno: "...existe una íntima conexión entre la ’contemplación’ y el compromiso en favor de la ’transformación’ del mundo. Consciente de ello la Iglesia siempre ha atribuido una importancia especial a la función de las almas contemplativas que, en el recogimiento, en la oración y en el sacrificio escondido, entregan su vida a Dios por la salvación de sus hermanos. Ojalá que, también hoy, sean numerosa las personas que tengan la generosidad necesaria para acoger la llamada de Dios y afrontar la aventura, a la vez exigente y fascinante, de la búsqueda exclusiva del diálogo con Aquel que es la fuente de toda existencia humana"(xiii).
La historia de la fundación de esta monasterio comienza a poder ser documentada cuando en el año 1978 Su Eminencia el Señor Cardenal, Arzobispo de Quito, Pablo Muñoz Vega, visita nuestro Monasterio, la Abadía de Santa María de S. Isidro de dueñas, en Palencia, España. Habló a los  monjes en la Sala Capitular solicitando, por primera vez, una fundación de monjes para el Ecuador. Era por entonces Padre Abad del Monasterio el R. P. Manuel Pérez. A raíz de esta visita comienza entre su Eminencia y el P. Abad una interesante correspondencia, que se conserva en los archivos de S. Isidro de Dueñas, existiendo copias, ahora, en el Monasterio de Salcedo. Ciertos parrafos de las cartas de Su Eminencia pueden ilustrar de forma cualificada la realidad hoy lograda de la fundación, por eso transcrimos alguno: "Tenemos en Ecuador varios monasterios de Vida Contemplativa de Religiosas; ninguno de Religiosos. Por ello me sentiría feliz de que se iniciara en esta Nación, consagrada al Corazón de Jesús, la Vida Contemplativa de Religiosos varones, y que fuera La Trapa  quien hiciera este gran bien a la Iglesia Ecuatoriana". Y concluía: "Tal es la petición que formulo, en la esperanza de que sea la mano del Señor la que trace el camino por donde podamos llegar al santo ideal". Sin duda que aquí su deseo se ha realizado no en cuanto al momento, sí en cuanto al modo: era Dios quien trazaba el camino. En este camino la Providencia dispuso que Su Eminencia viviera su inicio, pero no ahora su final, cosa que tanto hubiera deseado. "No existe en nuestra tierra ningún monasterio de Vida Contemplativa masculina, y por ello me consideraré feliz cuando llegue la hora de inaugurar con Ustedes obra tan preciosa", escribía al P. Abad el 19 de Diciembre de 1980.
No era entonces la hora de fundar pero la historia continuaba segun los planes de Dios y los deseos de los hombres. Otra visita al Monasterio de S. Isidro, esta vez por parte de Mons. Tomás Romero Gross. Obispo Vicario Apostólico de Puyo, venía de nuevo a despertar la antigua invitación a fundar en El Ecuador. Esto ocurría en Noviembre de 1989. Poco después nos llegaba la noticia de su muerte en Quito.
Finalmente una tercera visita en Junio de 1996, esta vez por parte de Mons. Frumen Escudero Arenas, sucesor de Mons. Romero en Puyo, viene a ser decisiva en el desenlace de esta historia: Mons. Frumen acudía a S. Isidro en nombre de la Conferencia Episcopal Ecuatoriana solicitando formal y oficialmente a la Abadía de S. Isidro la fundación de un monasterio de monjes del Císter en El Ecuador. A partir de este momento, la Comunidad entró en un proceso más serio y urgente de dicernimiento. Además de la petición de Ecuador habían llegado otras peticiones de fundación procedentes incluso de varios continentes: la más insistente de éstas era de Su Eminencia el Señor Cardenal de Lima, Augusto Vargas Alzamora.
Para iluminar el discernimiento la Comunidad decide enviar a dos hermanos a visitar Perú y Ecuador para que ellos conocieran "in situ" la realidad eclesial de ambos países así como las posibilidades reales de fundación. Tal viaje se realizó en Febrero-Marzo del año pasado 1997. Al regreso de los hermanos y tras los diálogos pertinentes el Capítulo Conventual procedió a la votación canónica que decidiría el país de fundación: el resultado mayoritario fué Ecuador. Sin duda que la petición unánime y oficial de toda la Conferencia Episcopal Ecuatoriana fué un factor determinante  en estos resultados, ya que suponía una diferencia cualitatitiva, no sólocuantitativa, respecto de todas las demás peticiones llegadas a S. Isidro: era toda la Iglesia Ecuatoriana, representada por sus Pastores, la que deseaba y pedía la fundación.
Mas una vez decidido el país faltaba buscar el lugar concreto donde asentar el Monasterio. Fué Mons. Mario Ruíz, Arzobispo de Portoviejo y Presidente de la Conferencia, el que buscando lugar apropiado acudió al ilustre matrimonio Ing. Julio Mancheno Lasso y María Sofía Gangotena Jijón. Ellos, movidos por una generosidad digna de todo encomio, a la propuesta de venta de un terreno respondieron con su donación. A los dos meses de la llegada de los monjes moría el Ing. Julio Mancheno y el pasado 24 de Enero moría su esposa. Ellos con su gesto han entrado ya en la historia de la Iglesia de Ecuador al convertirse en los fundadores laicos del primer monasterio de varones de este país. Dios, sin duda, habrá premiado ya con el verdadero Paraíso a quienes tan significativamente contribuyeron con sus bienes a la fundación de esta Casa que, en su misma advocación, intenta recordar al hombre el feliz destino para el que Dios le creó y la dicha eterna que le tiene preparada.
Al decir de nuestras Constituciones: "La vida monástica fielmente vivida está íntimamente unida por el celo por la extensión del Reino de Dios. Los monjes llevan en el corazón esta solicitud apostólica. La vida contemplativa es una forma propia de participar en la misión de Cristo y de la Iglesia y de insertarse en la Iglesia local. En consecuencia, por mucho que urja la necesidad del apostolado activo, no pueden ser llamados los monjes a colaborar en los distintos ministerios pastorales, ni a prestar sus servicios en actividades externas"(ii). Es esta misteriosa fecundidad apostólica, que dimana paradójicamente del ocultamiento ante los hombres y la simplicidad que se queda sólo con Dios, la que nosotros ponemos al servicio de esta Iglesia del Ecuador que nos ha llamado y que con tanto cariño nos ha acogido.
"Anunciaré tu Fidelidad por todas las edades..." 
No podemos acabar este artículo sin hacer mención al hecho de que en este año de 1998 la Iglesia celebra el 9º Centenario de la Fundación del Císter. La larga andadura de la Orden comienza con la salida de Molesmes, monasterio benedictino de observancia cluniacense, de un grupo de 21 monjes deseosos de vivir más rectamente la Regla de S. Benito que había profesado. Mayor soledad, mayor pobreza y más estricta vivencia de la Regla son los detonantes que logran prender, un ya lejano 21 de Marzo de 1098, esta llama que hoy, nueve siglos más tarde, sigue ardiendo en la presencia de Dios e iluminando la vida de los hombres. Por eso en este año de 1998, los y las cistercienses de todo el mundo celebramos el nacimiento de aquella Casa, la Abadía de Císter, que es nuestra madre (Cistercium mater nostra, reza nuestro escudo) y, en ella, nuestro propio nacimiento. Son nueve siglos ininterrumpidos de un carisma muy especial en la Iglesia y no exento de dificultades, pero que es posible porque se ha vivido. Herederos de un árduo pero bello ideal de servicio a Dios y a los hombres allí donde somos más radicalmente indefensos, que es al nivel de la fe y del corazón, valoramos con respeto y veneración el valioso patrimonio espiritual y cultural que la oración y el trabajo de miles de monjes y monjas antecesores nuestros crearon, y que se encuentra reflejado de forma particular en sus escritos espirituales y liturgia, en su arquitectura y arte, en la vida equilibrada y laboriosa de sus comunidades. Santa María del Paraíso es el segundo monasterio cisterciense que se funda en El Ecuador(iv)  y el primero con el que entra la vida monástica masculina en esta Iglesia. En este año es bueno recordar que Santa María del Paraíso es fruto también de esta historia nueve veces centenaria. Cada una de las fechas de su árbol genealógico lo enraízan más y más con una tradición que nace y fructifica como un sendero válido de respuesta a Dios y de plenitud humana. Esta mirada al pasado nos hace más dichoso el presente y nos lanza con renovado empeño al futuro, deseosos de poder seguir siendo presencia constante ante el Señor de la Historia, y testimonio ante el mundo de que es siempre posible para el hombre un diálogo con el Dios  inefable.
La historia del monasterio

  
                        
El 14 de Mayo de 1997 Mons. Raúl López Mayorga, obispo de Latacunga procedía a la erección como casa religiosa en la población de Salcedo, del Monasterio Cisterciense de Santa María del Paraíso que, habitado por monjes cistercienses venidos de la Abadía de S. Isidro de Dueñas, en España, constituye la primera presencia monástica masculina en la Iglesia del Ecuador

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