jueves, 4 de agosto de 2016

Nuestras Constituciones definen a la Orden como "un Instituto Monástico de vida íntegramente dedicada a la contemplación. En soledad y silencio, en oración constante y gozosa penitencia, ofrecen los  monjes a la Divina Majestad un servicio humilde y digno a la vez, observando la Vida Monástica según se determina en las Constituciones" (Cfr. CIC, canon 674).  Consagrados por nuestra Profesión a la búsqueda de Dios en la oración, en la soledad del monasterio y en el seno de una comunidad fraterna, nuestro día transcurre repartido entre la celebración cantada de la Liturgia de las Horas (a la cual "nada se debe anteponer en el monasterio", según prescribe S. Benito en su Regla), y entre el trabajo, sobre todo manual, y la Lectio Divina.
La jornada en Santa María del Paraíso comienza cuando a las 4 AM la campana invita al monje a dejar el descanso nocturno para comenzar, todavía en la madrugada, el rezo de la primera hora litúrgica del día, las Vigilias, la alabanza nocturna a Dios mientras la naturaleza y los hombres duermen; el monje es así un vigía que, orando hasta que El vuelva, en el corazón de la Iglesia encarna y materializa en el ritmo del devenir cósmico, el deseo de la Iglesia-Esposa por la venida de su Señor.
Tras esta celebración hay un tiempo dedicado a la oración solitaria o a la lectura privada de la Palabra de Dios. Así hasta el amanecer, cuando  el despertar de la luz nos invita a ser, nuevamente, presencia orante en el seno de una naturaleza y de una humanidad que comienzan a vivir; es la celebración de la Alabanza de la mañana: los Laúdes. Ya entrado el día, la celebración de la Eucaristía Conventual, seguida del Oficio de Tercia, nos convoca de nuevo en la capilla. Seguidamente los hermanos acuden a realizar los distintos trabajos que la obediencia les ha confiado. Y otra hora litúrgica pone fin a las labores de la mañana:Sexta, que tiene lugar hacia el mediodía. Tras el almuerzo y un tiempo de descanso, el rezo deNona marca el inicio de los trabajos de la tarde. Finalizado éste un tiempo nuevamente dedicado a la Lectio Divina precede a otro oficio litúrgico importante cuando la tarde comienza a declinar: entonces el canto de Vísperas, la Liturgia Vespertina de la Iglesia, augura el próximo fin del día y con él de otra jornada monástica más, transcurrida en la Presencia del Dios bueno y fiel, merecedor de todos los instantes y de todos los afanes del ser humano. El Oficio de Completas, al inicio de la noche, pone todo el día ya transcurrido bajo la mirada misericordiosa de Dios y nos invita al descanso nocturno, al par que hace acabar nuestra jornada con las melodías de la Salve gregoriana cisterciense, bella forma de poner a todos los hombres bajo la protección de la Virgen durante la noche que comienza. Esta es la jornada habitual de un monje, éste es el tenor de vida que materializa una existencia de específica consagración a Dios en el camino monástico cisterciense.
Todo esto el monje lo vive en soledad, mas no en solitario. Nota fundamental del monacato cisterciense es su carácter cenobítico, por el que el monje vive siempre en comunión de vida y de bienes con los hermanos que Dios ha llamado a su misma Comunidad, siendo esto  sellado y sancionado por un voto público el día de su Profesión: es el Voto de Estabilidad por el que el hermano se compromete a vivir y morir en esa misma Comunidad a la que Dios le llamó un día, y con aquellos hermanos que Dios mismo le presenta para siempre como don y ayuda en su caminar. El monasterio se convierte así en una schola caritatis, una "escuela del amor" (como gustaban llamarlo los primeros cistercienses), en el que los valores humanos se fomentan e incrementan a la sombra de una vida de intensa relación con Dios. La paz y la alegría que irradian las comunidades cistercienses es la prueba incontestable de que ambos polos, vividos en fidelidad, no sólo no se excluyen sino que se necesitan y complementan para ayudar a la persona a alcanzar su plena madurez humana y espiritual.
Al decir de nuestras Constituciones: "La vida monástica fielmente vivida está íntimamente unida por el celo por la extensión del Reino de Dios. Los monjes llevan en el corazón esta solicitud apostólica. La vida contemplativa es una forma propia de participar en la misión de Cristo y de la Iglesia y de insertarse en la Iglesia local. En consecuencia, por mucho que urja la necesidad del apostolado activo, no pueden ser llamados los monjes a colaborar en los distintos ministerios pastorales, ni a prestar sus servicios en actividades externas". Es esta misteriosa fecundidad apostólica, que dimana paradójicamente del ocultamiento ante los hombres y la simplicidad que se queda sólo con Dios, la que nuestra vida aporta como servicio a esta Iglesia del Ecuador que nos ha llamado y que con tanto cariño nos ha acogido.

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